Estados Unidos tiene el Presidente que se merece

Por CARLOS G. AGUDELO

La muy posible absolución de Donald Trump por parte del Senado de Estados Unidos confirmaría una vez más lo que ya todo el mundo sabe: que el mandatario más peligroso del mundo básicamente puede hacer lo que le venga en gana, que es exactamente lo que ha hecho desde que llegó al poder en enero del 2017 y lo que seguirá haciendo hasta cuando siga ahí. Esto a pesar de que los demócratas en la Cámara de Representantes hicieron lo posible para armar una acusación que desde el punto de vista legal es irrefutable: el hombre sí hizo lo que los demócratas afirman: pedir ayuda a otro país, Ucrania, para ensuciar a un directo oponente político en las próximas elecciones presidenciales, retener ilegalmente la ayuda apropiada por el Congreso para combatir la invasión rusa y obstruir la investigación al negarse de plano el acceso a documentos y testigos.

Los votantes de Trump son los mismos votantes que reeligieron a George W. Bush, después de la catástrofe del 9/11, 200
“Los votantes de Trump son los mismos votantes que reeligieron a George W. Bush después de la catástrofe del 9/11, 2001”. Foto tomada de CNN

Este alucinante reality, sin embargo, conduce a otra conclusión: que Estados Unidos merece el Presidente que tiene. Trump no estaría donde está si no tuviera tras de sí una base de votantes que lo sigue respaldando, precisamente porque son tan ignorantes, cínicos y rabiosos, por decirlo de alguna manera, como la torcida criatura que rige los destinos de “la nación más avanzada del mundo”.  Gran parte de esa base está compuesta por los menos educados, los más xenófobos y racistas, los más supersticiosos y evangélicos, y los más ignorantes en todo lo que tenga que ver con el resto del mundo, incluyendo el apocalipsis climático que cada vez es más evidente y está más cerca.  Estos fueron los mismos votantes que reeligieron a George W. Bush después de la catástrofe del 9/11, 2001, lo que condujo a la invasión de Irak armada sobre mentiras y básicamente al estado de cosas en las que se encuentra gran parte del continente asiático con sus ramificaciones en el resto del mundo.  Ellos, como Trump, son realmente peligrosos.

A nombre de esta minoría gobiernan Trump y el partido Republicano, que se ha parado sólidamente detrás de su némesis. Ni uno solo de sus miembros en la Cámara de Representantes aprobó las acusaciones contra el Presidente. Es posible que, si acaso, algún senador o senadora republicanos accedan a llamar testigos para complementar las ya sobrediagnosticadas acusaciones contra quien el máximo líder iraní llamó “payaso”, haciéndose eco a lo que piensa buena parte de la asombrada población mundial que sigue estos acontecimientos.  ¿Acaso no es patético que todos los senadores republicanos, que podrían terminar absolviendo a un acusado confeso por sus propias palabras, juraran ser imparciales y respetar la Constitución ante John Roberts, el juez que preside la Corte Suprema de Justicia y a quien la historia lo ha puesto a refrendar un desenlace absurdo? Sí, esta fue la misma corte que le dio la victoria a Bush Jr. en una decisión arbitraria e inexplicada en el 2002. Otro peligro inminente.

Algo que ha caracterizado a los republicanos, especialmente desde finales del siglo pasado, es su extraordinaria habilidad para manipular la democracia norteamericana a su favor, usando toda clase de trucos sucios para usufructuar el poder, exactamente lo que están haciendo ahora. (¿Algún otro país vine a la mente?). El problema es que del otro lado están los demócratas complacientes y obsequiosos, a quienes se les vino el mundo encima precisamente por no poner atención a detalles como los mapas electorales en los estados, que prácticamente han garantizado las mayorías republicanas en las pasadas elecciones. Estos mapas patentemente parcializados, a propósito, han sido implícitamente aprobados por la misma Corte Suprema que se supone debe vigilar el cumplimiento de la Constitución y la Ley. De hecho, casi siempre los republicanos le han salido adelante a sus rivales en la manipulación de la estrategia del poder y esta vez no parece que vaya a ser diferente.

Esto lleva a otra inquietud de fondo, sobre un fenómeno global, que es el poder del voto para decidir los destinos de los pueblos. Los norteamericanos estadounidenses se desgañitan hablando cada vez que pueden de la sacralidad de su Constitución y de lo que quisieron hacer “los Padres Fundadores” (dueños de esclavos, muchos de ellos) cuando diseñaron un sistema tendiente a preservar la libertad y la búsqueda de la felicidad. Esta invocación es inevitable e infaltable en procesos como la actual acusación, impeachment, envueltos en la solemnidad histórica y protocolar, de la que se supone es la democracia representativa más sólida y antigua del mundo.

Pero como diría Shakespeare, algo huele mal en Dinamarca. Los cierto es que la “democracia” norteamericana, como la de tantos otros países donde el voto de millones de ciudadanos manipulables y desinformados (¿algún otro país viene a la mente?) influenciados por el poder y el dinero deciden el camino a seguir, hace agua por muchos lados. Cada vez es más evidente que en cuanto a “democracias” se trata la corrupción es tan inevitable como la muerte. Y que a medida que se acerca la hora de la verdad en relación con el planeta, de hacer cuentas y de decidir qué vale la pena salvar y qué hay que cambiar, la disyuntiva parece cada vez más inevitable: o se mantiene el modelo capitalista, que está llegando a su peor encrucijada en el país más avanzado del mundo, o se preserva el planeta en el que vivimos todos y del cual Donald Trump es el peor enemigo. Y tarde o temprano cada habitante del mundo tendrá que escoger entre un sistema de mercado que lo envenena todo o la defensa incondicional de la vida.  Porque no pueden ser los dos.

cagudelo99@gmail.com

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